La salida de la sala es mucho mas ordenada de lo que mi mexicanidad acostumbra. Un recorrido de un par de minutos en bus para llegar a abordar el reluciente bicolor de KLM. El abordaje, como me gusta, algunos pasos en la pista de aterrizaje y unas escalinatas que descaradamente le dan a la escena un toque cinematográfico inconfundible. Por si fuera poco, la noche holandesa, todavia con sol,tiñe de naranja los rostros de los pasajeros contra unas amenazantes nubes de lluvia.
El asiento 10D colocado en la fila de la izquierda del avión, una compañera pequeña, misteriosa, inquieta, como un canario. Toma el asiento de la ventanilla, justo a lado mio. Es linda, viste casi toda de negro y lleva tenis púrpura. La cabellera rubia es tán larga que casi llega a su cintura. Durante casi todo el vuelo, sus gafas han logrado mantenerla en el anonimato, así que dejo las mias puestas también. La veo llevar sus manos a la nuca, y lentamente, hacer un remolino de rulos rubios que poco a poco se convierte en un peinadito despreocupado que la hace todavía más interesante.
El panorama de mi vecindario es complejo. Al frente, una pareja de más de cincuenta que une tiernamente sus cabezas durante todo el despegue. A la derecha de ellos, cruzando el pasillo, un treintañero no le quita los ojos de encima a las exquisitas modelos de la edición holandesa de GQ. Sólo se detiene cuando de entre unas hojas, saca una fotografía en blanco y negro y la ve con detenimiento mientras cierra la revista. Se aprecian claros y nitidos los rasgos de un bebe en gestación. Podría ya tener siete meses. Yo abrocho nuevamente mi cinturon. La imagen del ecosonograma descansa, con la inocencia de los no nacidos, en la revista, que en portada retrata a Rusell Crow el nuevo Robbin Hood de Hollywood, presto para presentarse en Cannes dentro de un par de días.
Suena la campana electrónica anunciando el aterrizaje, el vuelo se consumió reafirmando mi tímida costumbre de no lograr dirigirle la palabra a mi compañera de asiento. Los últimos sorbos de café antes de tocar suelo frances me hacen pensar en este regreso lejano que demoró 10 años. Recuerdo también que entonces, igual que ahora, tengo en la cabeza un nombre de mujer ausente. Au revoir.
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