miércoles, 30 de junio de 2010

Soy

Soy desvelo,
ideas que me convencen, o la conciencia convencida.

El cuaderno con hojas blancas que te ha esperado años en el librero
la forma de mi cintura, las canas,
soy a veces una planta, un animal, un halo de luz,
un colibrí zumbando en mi oido,
una tormenta eléctrica,
un pantano,
el incendio de una biblioteca.

Soy vapor,
reposo sobre mis recuerdos, mis parientes olvidados, mi cama de soltero.
Me sentencio a cada rato,
añoro cosas que nunca pasaron,
y extraño.

Soy esa canción que escuchaban mis padres,
el carrito de metal que me llenaba la mano,
el carrete de hilo que se convertía en puentes y tuneles gigantes.
Soy el cuadro de honor, mi miedo a las peleas, mis lágrimas fáciles,
mi despertar súbito a la realidad, de miradas y reproches entrelíneas,
mi colegio ingrato, la apuesta en la que perdí la fe.

Soy el chocolate con veneno, la cubeta de plástico verde,
el primer encuentro con la muerte.
Las peleas con mi hermana y las casas de cartón,
las piezas de carros, los libros con ilustraciones, el balón,
la cancha verde y la puntería infalible,
el resorte en las piernas, los giros al frente,
la mano que podia sostener boca abajo un balón de basket.

Soy inventor
el 11 en la camiseta,
la banca de atras en la fila de enmedio,
el novio perfecto,
eterno,
intermitentemente solo.

Soy un viaje devastador,
la cama de arriba,
los trenes,
las noches en un parque,
la amistad, las ideas y los sueños locos en un sótano,
el hambre de mundo, la ilusión de niños,
el sueño que fragua de maneras impredecibles.

Soy el tiempo que se disuelve en el aire de la oficina.
Soy el silencio de mi cabeza.

viernes, 25 de junio de 2010

Au revoir

La salida de la sala es mucho mas ordenada de lo que mi mexicanidad acostumbra. Un recorrido de un par de minutos en bus para llegar a abordar el reluciente bicolor de KLM. El abordaje, como me gusta, algunos pasos en la pista de aterrizaje y unas escalinatas que descaradamente le dan a la escena un toque cinematográfico inconfundible. Por si fuera poco, la noche holandesa, todavia con sol,tiñe de naranja los rostros de los pasajeros contra unas amenazantes nubes de lluvia.

El asiento 10D colocado en la fila de la izquierda del avión, una compañera pequeña, misteriosa, inquieta, como un canario. Toma el asiento de la ventanilla, justo a lado mio. Es linda, viste casi toda de negro y lleva tenis púrpura. La cabellera rubia es tán larga que casi llega a su cintura. Durante casi todo el vuelo, sus gafas han logrado mantenerla en el anonimato, así que dejo las mias puestas también. La veo llevar sus manos a la nuca, y lentamente, hacer un remolino de rulos rubios que poco a poco se convierte en un peinadito despreocupado que la hace todavía más interesante.

El panorama de mi vecindario es complejo. Al frente, una pareja de más de cincuenta que une tiernamente sus cabezas durante todo el despegue. A la derecha de ellos, cruzando el pasillo, un treintañero no le quita los ojos de encima a las exquisitas modelos de la edición holandesa de GQ. Sólo se detiene cuando de entre unas hojas, saca una fotografía en blanco y negro y la ve con detenimiento mientras cierra la revista. Se aprecian claros y nitidos los rasgos de un bebe en gestación. Podría ya tener siete meses. Yo abrocho nuevamente mi cinturon. La imagen del ecosonograma descansa, con la inocencia de los no nacidos, en la revista, que en portada retrata a Rusell Crow el nuevo Robbin Hood de Hollywood, presto para presentarse en Cannes dentro de un par de días.

Suena la campana electrónica anunciando el aterrizaje, el vuelo se consumió reafirmando mi tímida costumbre de no lograr dirigirle la palabra a mi compañera de asiento. Los últimos sorbos de café antes de tocar suelo frances me hacen pensar en este regreso lejano que demoró 10 años. Recuerdo también que entonces, igual que ahora, tengo en la cabeza un nombre de mujer ausente. Au revoir.