martes, 15 de abril de 2008

Un árbol

Ahora está oscuro,
no logro ver nada en mi ventana
sólo una sombra gigante, anunciada
como la anunciada sombra de los arboles viejos nace a despedir la tarde
mueve sus hojas y ramas con un temblor incontrolable
hace su danza de manos para que yo lo vea y me llene de nostalgia

Quisiera ser un árbol, viejo, reseco por fuera
Ya no me preocuparían las banquetas ni los cables
tampoco las mutilaciones y daños de los atrevidos
que colocan sus anuncios en el escaparate gratuito

Quisiera ser un árbol
para reinventarme dos veces al año
para que en un nudo de hilos y ramas
se hiciera la vida a costa de mí

Los arboles son guerreros petrificados
cansados de caminar
ya no quieren caminar
viajan con el viento en cada hoja arrancada, viajan volando
y el mismo viento, les trae de regreso las risas y los murmullos de la gente
que vio pasar sus oídos mensajeros.

Los arboles
incluso los arboles jóvenes, son antorchas de vida
que velan la oscuridad de los ojos apagados
antorchas con flama
jugosas y verdes,
calientes por dentro, con sangre de leche viva.
tienen empuñadura de madera
pero las hojas son de carne
son alas y corazones en un mismo órgano

Quiero ser un árbol para no preocuparme
para extender mis ramas alto y viajar en el agua de los tiempos
mientras que el mundo se construye y se derrumba
una y otra vez alrededor mío.

Quiero ser grande y fuerte
para que los niños aten cuerdas y se columpien en mis brazos
para que los viejos sientan en mi sombra
un cobijo de vida antes de ver la luz definitiva

Quiero tener una corteza firme y gruesa
donde se amarren listones y globos para las fiestas
donde vivan un millón de historias de desconocidos
que vinieron a raspar en mi piel su cruce de caminos

Quiero ser un árbol eterno,
para que nadie, ni Dios ni la vida,
puedan quitarme nada de mí.

Y cuando deje de ser árbol de píe
y me transforme en hoja de papel o caja de música o mueble,
pueda yo seguir contemplando la vida,
desde la pasividad que se me dio como regalo de la existencia
esa será mi recompensa y mi condena perpetua
ser testigo del viento
de la noche
del alimento del mundo

Me gustaría que me convirtieran en ventana
para que los ojos tiernos de un niño
derritan el mundo a través de mí
para que su hacha de dulzura
desgarre despacio la madera de mi pecho
mientras afuera
la danza de mis hojas y las hojas de todos mis hermanos, lo embrujan,
lo convierten en árbol poco a poco.

Ernesto Iñiguez.

1 comentario:

An dijo...

árboles somos, y plantas y flores..