La movilidad es una condición natural y humana. El ritmo de esta, es determinado por las sociedades y el momento histórico y cultural por el que atraviesan. Hablando de la sociedad humana, solo hay una cosa segura: las personas nunca dejan de moverse, de trasladarse de un lugar a otro con una cantidad infinita de propósitos, trabajar, divertirse, conocer, relacionarse con otras personas, hacer deporte, buscar o huir.
Para enfrentar el paradigma de la movilidad, la humanidad ha trabajado en concebir y desarrollar técnicamente medios que le permitan desplazarse. Desde medios mecánicos e individuales, hasta sistemas de transporte colectivo que son ya realidad en las grandes ciudades del planeta.
Y contra la distancia que necesita ser recorrida para transportarnos, el tiempo, el costo y el esfuerzo, son las variables que van dictando el rumbo de la decisión que podemos tomar. Tomamos un autobús por que la distancia es muy grande para ir a píe. Tomamos un taxi porque no tenemos el tiempo necesario para ir en autobús. Compramos un auto porque tenemos los recursos económicos suficientes y podemos darnos el lujo de prescindir de taxis o camiones.
Pero en este coctel de combinaciones esfuerzo, tiempo, dinero, las alternativas más sencillas parecen quedar siempre al margen de nuestras decisiones. Este es un problema cultural, por lo menos en la ciudad de Guadalajara, ahora en 2008. Si alguien te habla de “un medio de transporte eficaz, barato, fácil de mantener, y que además proporciona salud física y mental”, el número de personas que se imaginan un auto de ensueño en lugar de una bicicleta, es tristemente superior.
Las alternativas a este problema, cómo es de esperarse en una sociedad que crece, comienzan a emerger solas, por iniciativa de la propia gente.
Como el hombre mismo, la conciencia no puede detenerse, y por eso aun en una ciudad gobernada por automotores, los primeros esbozos de una cultura de movilidad vial comienzan a dibujarse en las calles. No sólo son albañiles los que se trasladan en bicicleta a su trabajo. Cada día es más común ver a jóvenes, adultos y niños en todas sus variantes sociales (desde punks hasta trajeados) recorrer la ciudad utilizando la bicicleta como sistema de transporte. Es real y funcional.
Ante un despertar de esta naturaleza, los gobiernos se tienen que adaptar rápido y atender de buena forma todo el abanico de opciones que los preocupados por hacer algo le exponen a Guadalajara. Paseos nocturnos, apropiación de los espacios urbanos, demanda de ciclo vías, redes de ciclo puertos, programas de “bicicleta pública” libros y ponencias sobre la cultura de la bicicleta y varios colectivos sociales, están luchando desde ya, cada día, cada semana, porque la bicicleta gané ese terreno que merece en una ciudad que parece estar acostumbrándose a recorridos tortuosos en camión, taxis caros y mentadas de madre al mayoreo en las horas pico del tráfico. A estas alturas sería más sencillo hablar de las horas NO PICO, que son las menos.
La historia se escribe así, cosas comienzan a ocurrir, la gente las observa al principio con asombro, la prueba, las evalúa. Las acepta o las rechaza dentro de su sistema de convicciones. La cultura de la bicicleta como alternativa de movilidad urbana en Guadalajara, es hoy una realidad punzante en muchos sectores. Es labor de nosotros observarla, probarla, evaluarla y aceptarla o rechazarla para nosotros mismos.
Y quién se atreva a negar que el corazón le latió más rápido la primera vez que mantuvo el equilibrio en una bicicleta, estará negando todo lo que mantiene vivo al hombre, la ilusión de conocer lugares, el viento, los latidos y las ganas de pedalear más rápido. Lo aprendimos de niños, así que el cambio cultural que necesitamos no tiene por qué ser complicado, es cómo andar en bicicleta.